Honolulú, Hawaii – Luego de varios años de una masiva infestación de coquíes en las islas de Hawaii, se ha notado cómo los hawaiianos se han estado pareciendo más y más a los puertorriqueños con el pasar del tiempo, tornándose perezosos y malos choferes. Científicos biólogos han atribuido el fenómeno al sonido de los coquíes, quienes parecen enviar ondas subsónicas que cambian el comportamiento de quienes los escuchan.
Un coquí en Hawaii, emitiendo mensajes subliminales que parecen decir: «Cógelo suave, compadre… y recuerda, ¡coño, no soy verde!»
«Todo empezó cuando el estado de Hawaii me contrató para ver qué se podía hacer para acabar con la plaga de los coquíes», relata el Dr. Lucas Ridgeston, doctor en biología del Instituto Weela Mi’i en Honolulú. «Cuando se introdujo el coquí en Hawaii nunca nadie se imaginó que se reproducirían como… bueno, como puertorriqueños en Plan WIC».
El Dr. Ridgeston tenía como misión averiguar cómo erradicar al coquí de Hawaii, dado que su cantar resultaba molesto e impedía el sueño de los habitantes de las islas, quienes, de molestarles el dulce sonido del coquí, no podrían durar ni un segundo viviendo al lado de la 65 de Infantería. Sin embargo, con el pasar del tiempo, se dio cuenta que su propia voluntad por exterminar a la pequeña ranita desvanecía y se remplazaba por una «sensación de vagancia y de ganas de no hacer na'».
El Doctor Ridgeston, pensando: «Acaba y tómate la dichosa foto, que tengo que fumarme un garet y darme una siestecita»
«Ahora vivo del mantengo aquí en Honolulú», dice casi orgulloso el Dr. Ridgeston. «Me hago el loco cuando el dueño del apartamento me viene a cobrar la renta, bien Don Ramón, tú sa’e, y vivo esperando el chequecito para ir a bebérmelo en Medallas en la barra de la esquina. Bueno, en fin, que me he convertido paulatinamente en un puertorriqueño».
Luego de ser hipnotizados por los coquíes, estos policías hawaiianos se pasan todo el santo día bailando en falditas de grama en vez de trabajando
Extrañado por los cambios que veía en sí mismo, el Dr. Ridgeston empezó a cuestionarse cuál podría ser su causa, y le dio por experimentar analizando el canto del coquí. «Noté que el sonido que emite el coquí penetra el cerebro humano y envía un mensaje subliminal que lo alienta a no hacer nada, a cogerlo suave, y a guiar como maniático. No sé por qué el coquí hace eso, porque después de par de días de estudiarlo le di un foquetazo al proyecto y me fui a surfear y a trillar turistas para quitarles la cartera».
En el tiempo en que el coquí ha sido un huésped indeseado en las islas de Hawaii, inclusive el antes apacible poblado de Waiiamo’on se ha convertido en una olla de grillos y criadero de cacos y maleantes, atestados de conductores vaqueros e impacientes. «Créanme», asegura el Dr. Ridgeston mientras se prendía un gallo, «para poder guiar tan mal en una isla tan chiquita se requiere mucho empeño… ¡aunque supongo que de eso sí que saben ustedes!»
Escena segundos antes de que un impaciente conductor waiiamo’onés atropelle a una doña con to’ y guitarra