«Ya era hora que le metiéramos las manos a esta podedumbre. Se acabó la…. ñum ñum… diablo, qué rica está esta pendejá'», opinó el agente federal Brad Bracceti mientras comía el mejor cuerito que había comido en toda su vida y metía el resto en una bolsa de papel marrón con la palabra «Evidencia» escrita en magic marker. «Quiñones, tráeme otra bolsita para llevarle cuerito a la doña — ¡que diga!, para someterla como evidencia… ¡sí, eso!», le gritó Bracceti a uno de sus subalternos, al tiempo que se veían varias guaguas del FBI saliendo de Guavate abarrotadas de lechón, morcilla y cuajitos en ruta a sus oficinas en Hato Rey para, según ellos, «procesamiento».
«¿A quién le queda dudas del saqueo, el pillaje y el ultraje al que somete a esta patria el invasor del norte?», preguntó iracundo Quique Figueroa, quien era estadista hasta hace unos minutos atrás antes que agentes de la DEA le arrebataran un pedazo de morcilla de las manos. «Primero la plata del Potosí, después el oro perdido de Minas Gerais, y ahora nuestro lechoncito. ¿Es que el imperialismo del que ha sido víctima nuestra América Latina no tiene límites? ¿Tienen que seguir sangrando nuestras venas como lechoncito degollado?», continúo Quique en un apasionado discurso que jamás se le hubiera ocurrido a Galeano.
En noticias no relacionadas, la agencia federal estará llevando a cabo una fiesta para sus empleados en los próximos días titulada «Christmas in April«.