«¡Dios escuchó mis plegarias!», exclamó emocionado Tyrone Jackson, uno de los muchos tiradores de droga en la capital estadounidense. «Aquí la cosa estaba mala, porque estaba el tecato arranca’o que hacía orilla… ¡lo que necesitábamos era un influjo de periqueros malos pero con chavos para mantener su vicio!», aseguró el también fármacodependente, mientras se regocijaba de que con las ganancias que seguramente devengará ahora, finalmente le podrá comprar a su hijo «la porquería de iPad que tanto me ha pedido». Igualmente emocionados por la venida del alcalde sanjuanero están los vendedores de brillantina: «Aquí en D.C. ya desgraciadamente casi nadie usa esto de pomade en el pelo», aseguró el propietario del negocio «Fifties’ Fop», quien estaba acostumbrado a sólo hacer buen dinero cuando el reverendo Al Sharpton se diera la vuelta por ahí. «Sin embargo, ¡luego de ver las fotos del tal Santini este, ordené cuatro cajas de Brylcreem para estar listo para su llegada!».
Al preguntarle al alcalde Santini cómo justifica este gasto millonario por parte del municipio de San Juan cuando éste está en la prángana, él aseguró que es una inversión necesaria porque «aquí en Washington es donde se reparte el bizcocho, y yo quiero que San Juan tenga un canto bien grande y con mucho frosting. Oye, tanto hablar de frosting blanco y delicioso, me acaba de dar un craving bien brutal de ‘repostería’: creo que voy a darme una vueltecita por las ‘panaderías’ del vecindario a comprar ‘polvorones’. Don’t wait up!«, exclamó Santini con los ojos enrojecidos y desorbitados mientras salía a la calle apresuradamente.