La idea surgió luego que Guillermo Dávila Andino, un estudiante universitario de 22 años, fuera descubierto viviendo en la vivienda oficial de la Rectora. Luego de radicar cargos criminales contra el estudiante, la administración universitaria se inspiró en el suceso para convertir la casa de la Rectora «de una residencia deshabitada y polvorienta a un hospedaje estudiantil de ensueño y a buen precio». La lógica de la gerencia de la UPR es que «si tenemos esta casa dedicada para la Rectora y ella la usa tan poco que un chamaco se estuvo quedado ahí por quién sabe cuánto tiempo y nadie se dio cuenta, eso quiere decir que es hora de privatizarla y sacarle chavos. Ahora solo hay que ver cuánto nos daría alguien por esa trapo de torre…».
Según el pasquín promocional: «El Hospedaje Casa de la Rectora está convenientemente localizado al lado de la biblioteca José M. Lázaro y el Centro de Estudiantes, o sea que sus habitantes nunca estarán lejos de donde está la joda en la Iupi. Veinte estudiantes tendrán el honor de compartir un cuarto y un baño por la módica mensualidad de $1,500 al mes (lo que no es una cantidad irrazonable a menos que seas uno de esos pelú’s revoltosos que se la pasan quejándose por todo)». La administración recalcó que la renta no incluye ni agua ni luz ni teléfono (y que apenas cubre aire), y exhortó a los futuros arrendatarios a que «no salgan de noche ni pa’ los pastores, porque las cosas en el Recinto están pelú’as y nuestros guardias de palito solo sirven para macanear estudiantes, no para protegerlos».
La gerencia de la UPR se mantiene esperanzada de poder atraer inquilinos y devengar ganancias con el nuevo hospedaje, pero los estudiantes que han pasado a ver el local han dicho que nunca se quedarían ahí porque «apesta a casa de abuela (una mezcla de jabón Maja, Agua Maravilla y Alcoholado Superior 70)».