«Tengo que admitir que cuando la nueva alcaldesa me ordenó a darle trillas a ese reguero de gente saliendo de SanSe, mi primera reacción fue: ‘¡La madre mía!'», confesó el sargento Manuel Contreras. «Pensé orgulloso: ‘¡Yo no soy chofer de pisicorre! ¡Yo soy guardia ‘e palito!’. Pero mientras transcurría la noche y seguía transportando vanes policiacas llenas de gente cansada y/o ebria, escuché palabras que nunca había escuchado de la ciudadanía, tales como ‘Gracias’, ‘Buenas noches’, y ‘Gracias’ — que vale la pena repetir, porque así de rara es. ¡Eso de ser taxista es mucho mejor para el ego que ser policía!», exclamó el sargento Contreras, añadiendo con ojos llorosos que por un día entero nadie lo llamó «puerco».
Luego de investigar los aspectos económicos del asunto, otros miembros de la uniformada municipal hallaron que a final de cuentas ser taxista es un trabajo mejor remunerado que el de policía. El sargento Carlos Fontánez explicó: «Algunos de los pasajeros que transporté –no sé si porque estaban agradecidos o porque estaban borrachos– hasta me dieron propina. ¡Propina! ¡Como policía, lo único que algún civil me había propinado a mí antes habían sido insultos e improperios!». Lo que es más, Fontánez aprendió que en situaciones normales la mayoría de los pasajeros de un taxista le dan propina, «bueno, si son gringos o europeos: por lo que me cuentan, los boricuas son más codiduros –¡aunque al menos esos tienen la decencia de hablarte en español!».
Sus indagaciones sobre el asunto causaron que el sargento Fontánez renunciara oficialmente a su puesto y que se comprara su propio taxi: «Yo sé que siempre es posible que a un taxista le den un balazo, porque después de todo, esto sigue siendo Puerto Rico, y los huevos están a peseta en todas las esquinas. Sin embargo, si al final del día me van a llenar de plomo, ¡que al menos sea en un trabajo donde es más probable que la otra persona me quiera dar dinero extra a que me quiera agredir y dar un tajo ‘pa’ sacarme la tocineta’!».