Entre gritos de «¡Los buenos somos más!», «¡No huyan, por favor!» e, inexplicablemente, «¡Lucha sí, entrega no!», el grupo de payasos se apoderó de las escalinatas del Capitolio para traerle al pueblo un mensaje de paz y amor. «No tenemos nada que ver con la zafra de charlatanes que salen por las noches a trillar a la gente y darles un susto que pa’ qué te cuento», explicó el payaso Siquitraque. «¡No permitan que eso empañe su opinión de nosotros, los payasos profesionales! Y por lo que más quieran, ¡no dejen de contratarnos para las fiestas de cumpleaños de sus nenes por el simple hecho de que ellos nos encuentran aterradores!». Sobre este último punto parecen concurrir los miembros de la clase criminal del país, quienes, al enterarse de que se personaría en el área un nutrido grupo de payasos, decidieron mantenerse alejados «de ese cabal luciferino de pesadillas ambulantes».
«Nope: ¡ni pa’l diablo voy yo pa’llá!», negó contundentemente Pucho «El Gatillero» Pérez, conocido criminal en el área del Viejo San Juan, arropado por un agudo ataque de coulrofobia. «Yo he formado parte de tiroteos sin cuartel con gangas rivales; he participado en sanguinarias peleas a navajazo limpio con enemigos personales; y he hasta visto con mis propios ojos a Evelyn Vázquez sin maquillaje… pero JAMÁS me acercaría a donde hay una jauría de payasos juntos, con sus caras blancas como las de los muertos, cabellos rojos como los de los demonios, o voces finitas e infantiloides como las de los Rickys Rossellós. ¡N’hombe, no! ¡Que me avisen dónde van a estar reuniéndose próximamente esos esperpentos del infierno, para hacer mis car-jackings y robos a mano armada lo más lejos posible!».