«A pesar de que hace décadas en la Isla se enseña inglés a partir de la escuela elemental», comenzó Moreno, «la realidad es que son pocos quienes lo dominan a plenitud — y si quieres evidencia de eso, ¡ve a una convención del PNP! Claro está, se lleva enseñando español desde hace mucho más tiempo que eso, y cada día lo hablamos y lo escribimos peor, al punto que no me extrañaría que un buen día venga el Príncipe de Asturias y nos revoque nuestra hispanidad. Es por eso que hemos decidido que si vamos a masacrar el español, ¡pa’ eso que masacremos el inglés, a ver si así por lo menos logramos que los del méinland nos acepten en su munificente regazo English-only!».
Moreno (quien no descartó cambiarse el nombre a «Edward Darkie» y desechar el «Alonso» porque «eso de tener dos apellidos es de hispanohablante tercermundista») explicó: «El experimento de tratar que al puertorriqueño le valga madre la corrección gramatical ha fallado. Si después de cientos de años todavía hablamos el español como si tuviéramos un problema de aprendizaje, ya es hora de que enfoquemos nuestra apatía lingüística a otro idioma. Si todavía hay boricuas por ahí diciendo barrabasadas tales como: ‘Habían muchas personas’, ‘Hicistes demasiado ruido’ y ‘Estábanos en casa’ — ¿no es lo mismo que en un futuro digamos: ‘Was many peoples‘, ‘You maked too many noise‘ y ‘We was in house‘? ¿Qué diferencia hace si el que se revuelca en su tumba ahora es Shakespeare en vez de Cervantes?», preguntó «Darkie» con una lógica inexpugnable.
La noticia de este proyecto recibió fuerte crítica de varios sectores de la población, pero sobre todo de muchos maestros de escuela elemental y superior quienes, bajo las nuevas reglas, deberán dominar «el difícil» e impartir sus clases en dicho idioma. «¡Por Dios!», exclamó horrorizado un profesor de matemáticas de octavo grado. «¡Si yo apenas sé suficiente álgebra como para hacer la feca de que soy capaz de despejar para ‘x’ y factorizar polinomios! ¿Cómo me van a exigir ahora que explique conocimientos matemáticos básicos si ni siquiera sé los términos en inglés que tengo que aparentar dominar?». Por otro lado, una maestra de español de escuela elemental opinó jactanciosa: «Je je, a mí el guiso de ‘enseñar’ español no me lo van a poder arrebatar con este proyectito. Podré seguir explicando las mismas reglas gramaticales arbitrarias que llevo enseñando por años, sabiendo que les entrarán por un oído a mis estudiantes y les saldrán por el otro. ¡Menos mal que no me dio por enseñar ciencia, porque si no ahora tendría que sentarme yo a aprender inglés a estas alturas de mi vida!».
Claramente son los estudiantes quienes más se verán afectados por estos cambios, y sus opiniones no se hicieron esperar. «Yo no veo cuál es el problema con esto de que nos enseñen solo en inglés, porque a la verdad que el español me lo pela bien duro», opinó un estudiante de séptimo grado con hastío. «Hay que saber dónde van los malditos acentos (que pa’ colmo no sé cómo poner en la computadora o en el teléfono), hay que saber dónde hay haches que ni tan siquiera se pronuncian, hay que saber si algunas palabras se escriben con ese, con ce o con zeta… ¡N’homb’e, no!». Al preguntarle si sabía que el inglés no es para nada fonético, que tiene verbos completamente irregulares y que las reglas para formar plurales a veces parecen haber sido escritas por un sadomasoquista, el estudiante respondió: «Bah, ¡qué importa! Si total, al fin y al cabo lo que vamos a terminar haciendo es hablar y escribir el inglés tal como hablamos y escribimos el español hoy en día: ¡cundí’o de errores y mal pronunciado!».