«Esto no es opcional, es una obligación moral», explicó Eugenio Morales, taxista de Isla Verde, mientras le tiraba un peñonazo al automóvil de un nuevo chofer de Uber, que había sido escoltado al callejón por otros cuanto taxistas. «Estaríamos claudicando nuestra responsabilidad con nuestros colegas si no les enseñamos lo feo que se puede poner allá afuera cuando estás llevando gente a sus casas a las tantas de la noche y cómo responder», intimó.
«¿Y usted sabe lo que se hace, compañero, cuando vuela ese cristal en cantos?», le preguntó al chofer que observaba los impactos de bloques al carro mientras los ujieres que lo escoltaron a la sesión educativa susurraban en sus oídos las mejores formas de esquivar dichas pedrá’s que de vez en cuando aparecen en el camino. «Usted coge, y se va pa’ su casa porque la familia es primero. Después de arreglar el carro, pues se contesta de corazón, como nosotros hacemos también, si quiere seguir en esta sagrada profesión, y decide si volver a tirarse a la calle, más dedicado que nunca. Y si no quiere, nadie lo juzga, amigo. No es fácil, lo sabemos», explicaron al chofer de Uber, quien perspiraba copiosamente, sin duda por la calor.
Los taxistas exhortan a pasajeros que por casualidad estén en el carro cuando ocurran estas sesiones a que no sean ignorantes y no las graben, para salvaguardar la identidad de los anónimos héroes que ponen su propia vida en riesgo brindando estas sesiones educativas.