«¿QUÉ. CARAJO. E’JEJTO?», se preguntó atónito el canovanense Ricardo Cardona, quien recientemente se mudó a la ciudad de Houston intentando escapar de la situación económica de la Isla, de los tapones y de los huracanes. «No acabamos de poner un pie en el méinland después de decirle ‘¡Bai bai, piojitos!’ a los revoluces de la Isla, que viene un jodí’o huracán y nos da una puñalada trapera. ¿¡NO SE SUPONE QUE ESTA VAINA SOLO SE DÉ EN ISLITAS CARIBEÑAS MUERTAS DE HAMBRE Y EN REPÚBLICAS BANANERAS!? Pa’ colmo de males, los tapones aquí en las autopistas de Houston hacen que el peaje de Buchanan a las cinco de la tarde parezca una pista de four-tracks. ¡Lo único que faltan son los tiroteos de carro a carro para completar la ilusión de que estás en la Baldorioty!».
Omar Rodríguez, oriundo de Aguadilla, explicó cómo, a pesar de haberse mudado a Austin, ciudad que ni siquiera fue directamente impactada por los vientos huracanados, eso no evitó que tuviera que vivir una situación dantesca: «O sea, en los supermercados HEB eso era filas larguísimas en las cajas, góndolas vacías, y un revolú que cualquiera diría que estaban vendiendo televisores Funai a medio precio. Vi hasta gente con como siete bolsas de pan en sus carritos de compra. ¡Siete! ¿Qué, acaso si la tormenta les lleva la casa, piensan rehacer su vida como detallistas de pan marca HEB? Me sentía como cuando en la Isla, tan pronto había siquiera el menor atisbo de temporal, la gente vaciaba los supermercados de cajas de cerveza, pañales y salchichas Carmela. ¡Está empezándome un ataque de síndrome postraumático macondino!», se quejó el recién emigrado, pensando en lo mucho que se deben estar riendo de él sus panas en Puerto Rico.
Rodríguez confesó: «Cuando entré a ese HEB atiborrado de gente comprando desesperadamente, me dio un flashback de visitar a Mr. $pecial cuando se acercaba el huracán Hugo. Solo para cerciorarme de que por alguna razón misteriosa no se había abierto un hoyo negro que me hubiese regresado a la Isla, dije a to’a boca: ‘¡Si eres boricua, grítame Wepa!’ a ver si alguien se autochoteaba, pero lo único que logré fue que un chorro de gringos me miraran mal por hablar duro, y que una viejita racista me llamara a la policía para verificar que yo no fuese un mexicano indocumentado. Es que te digo: entre esto, ver gente pidiendo chavos en las luces, y que me robaran el carro la semana pasada… ¡pa’ eso me regreso a Puerto Rico, que al menos allá la gente me entiende cuando hablo!».