«Ay, Bijnen, estoy aquí en una encrucijá'», confesó Lucinda Zolá, quien por el momento está quedándose con su hija en Chicago en lo que regresa el servicio eléctrico a su casa. «Viendo el Güéder Chánel veo que ya mañana esto aquí va a bajar a los 30’s y presumo que de ahí pa’bajo eso ser nieve, hielo y viento helado. ¿Me regreso a las penumbras de mi casa para vivir a fuerza de Salchichas Carmelas calentadas en estufita de acampar, bañarme con agua de lluvia y pasarme todo el día en un tapón de madre? ¿O me quedo aquí para que se me fricen las teclas y luego tener que bregar con la Mierda Blanca cuando arrecie el invierno? Qué mala suerte la mía: ¡si solo viviera algún legislador cerca de casa en Hato Rey, ya tendría luz, al menos!».
Sin embargo, puertorriqueños que se exiliaron a estados más hacia el sur todavía no sienten la misma premura. «Aquí en Austin la cosa todavía está bastante veraniega», se jactó Lázaro Avilés, «así que todavía no estamos considerando regresar. Por estos lares la temperatura todavía está buena, la casa de mi hijo es de lo más cómoda, y hay cervecerías de esas micro-breweries que ni botándolas se acaban. Te digo, ¡si no fuera porque estamos rodeados de tejanos, quizás hasta consideraría mudarme pa’cá permanentemente!».
Por su parte, los residentes de estos estados ahora abarrotados de boricuas huyéndole a los estragos de María se están preguntando cuán frío tiene que ponerse eso ahí antes de que «lo único que se vea a la vuelta redonda sea blanco y nada más».