El Ungido admitió que no suele hacer muchas visitas terrenales, limitándose a plasmar su imagen en troncos de árboles, paredes agrietadas y sángüiches de queso. Sin embargo, al enterarse que tantos de sus seguidores boricuas se dignaron a reunirse en su nombre, tuvo que darse la vuelta a ver cuál era el motivo, imaginando que se trataría de alguna manifestación en contra de la hambruna, del odio o de la riqueza desmedida. Cuál no fuera su sorpresa cuando lo que halló fueron cientos de carteles pidiendo que la Ley 54 dejara desprotegidas a algunas parejas. «Yo sé que dije que había que darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», explicó Cristo, «refiriéndome a que los asuntos del estado son una cosa y los asuntos religiosos son otros… pero si van a desobedecerme y meter las narices en cuestiones legales, ¡al menos que sea para proteger a más de sus hermanos del abuso, dolor y sufrimiento, no a menos!».
Jesús intentó abordar el tema con algunos de sus seguidores, preguntándoles de dónde salía tanta animosidad en contra de sus hermanos homosexuales, pero no logró escuchar ninguna respuesta satisfactoria. Por ejemplo, uno de los protestantes le replicó, sin un ápice de ironía: «Es que como Jesucristo no dijo nada acerca de la homosexualidad en el Nuevo Testamento, claramente eso quiere decir de que la detesta con la misma intensidad que yo. ¡Y cualquiera que diga lo contrario está simplemente haciendo cherry-picking de pasajes bíblicos y usándolos para excusar su criterio propio!».
A pesar de haber pasado horas en la manifestación, ninguno de los presentes reconoció al Hijo de Dios: «Por el contrario», declaró atónito, «quienes se toparon conmigo y escucharon mis cuestionamientos lo que hicieron fue insultarme, llamándome ‘hippie apestoso, ‘deambulante tecato’ y hasta ‘pato sucio’ — ¡lo que no me tiene sentido, porque ciertamente no parezco un ave acuática! Es claro que no solo tengo que familiarizarme más con el argot boricua moderno, sino también con las costumbres de quienes dicen seguirme pero se comportan como cafres de siete suelas. (¿Vieron? ¡En un día ya aprendí la palabra ‘cafre’!)».
El Hijo de Dios llegó a escuchar a la apóstol Wanda Rolón hacer un discurso tronando en contra de la homosexualidad y abogando por la familia tradicional, algo que lo dejó algo sorprendido: «Primero que nada, no sé qué tan ‘apóstol’ sea la doña esa porque yo no recuerdo haberla visto en la Última Cena — digo, a menos que la hubieran puesto en la mesa de los nenes chiquitos y por eso no me la haya encontrado. Segundo, no puedo creer que personas como ella sean consideradas mis portavoces en el mundo moderno: no solo diciendo cosas que alejan a la gente de mi mensaje de amor y aceptación, sino llevando la misma vida ostentosa contra la cual dediqué varios pasajes de mi best-seller a criticar. ¡El día que menos se lo espere usaré mis superpoderes para quitarle el tinte del pelo, levantarle el bondo de la cara y cambiarle el Rolex por un brazalete de madera de Valija Gitana!».
Dado que ninguno de sus supuestos seguidores lo reconoció y nadie quiso escuchar su mensaje, Jesucristo pasó el resto del día en el Viejo San Juan, jugando dominó con unos viejitos, alimentando las palomas y comiendo piraguas. Luego talló «JC was here» en una palma y ascendió al Cielo «antes que alguno de estos guardias maceteros me confunda con un estudiante de Humanidades y me entre a macanazos».