La misteriosa desaparición del vuelo MH370 de Malaysia Airlines ha capturado la atención obsesiva de la prensa cual si fuera el secuestro de una niña blanca, rubia y adinerada llamada «Tiffany». El hecho de que una aeronave metálica se desplomase sobre el agua y se hundiese sin dejar rastro ha desatado un sinnúmero de teorías de conspiración y le ha dado rienda suelta a la imaginación desaforada de cuanto loco hay en este mundo. Por ejemplo, el ufólogo boricua Reinaldo Ríos aseguró que no descarta que el avión cayera «en un estado de cuarta dimensión donde el tiempo y espacio no existen» (presumiblemente semejante a cuando uno está en un tapón, el aire acondicionado no funciona, y el carro del lado tiene puesto reggaetón a to’ fuete). Y por otro lado, el reportero de CNN Don Lemon cuestionó si sería absurdo pensar que un agujero negro absorbió la aeronave (evidentemente sin antes cuestionar si sería absurdo que un alegado canal serio de noticias estuviera exponiendo semejantes ridiculeces).
Mientras cualquier persona con una teoría descabellada, dos dedos de frente y tres carajos de preparación académica acapara la atención de los medios noticiosos, millones de personas alrededor del continente africano prometen que seguirán estando ahí, listos para ser atendidos cuando alguien inevitablemente encuentre el avión en el fondo del océano. «Entendemos que es sumamente apremiante identificar exactamente en qué parte de las profundidades del mar se hallan las toneladas de metal que componían la aeronave que se perdió», explicó N’guti Matumbo, un chiquillo de ocho años que habita en Gabón, Camerún, o uno de esos países africanos que nadie en el primer mundo puede encontrar en el mapa. «Sin embargo, cabe recalcar que a nosotros no nos tiene que venir a buscar un panel de expertos cartógrafos, oceanógrafos o ufólogo esloquilla’os: ¡estamos aquí donde siempre hemos estado, y donde seguramente seguiremos estando a juzgar por la apatía generalizada de los países primermundistas!».
«Sabemos que hay muchas hipótesis improbables que exponer en los canales de noticias –o sea, hay que llenar 24 horas de programación todos los días, y es un downer eso de consistentemente recordarle a personas que pagan más de tres dólares por una taza de café que en muchos países no tenemos en dónde caernos muertos», concedió el jovencito. «También comprendemos que todo el mundo ama un buen misterio. Por ejemplo, yo no sé si moriré hoy (víctima de la cruenta guerra civil que seguramente está desgarrando mi nación), si moriré mañana (víctima de alguna enfermedad diáfanamente prevenible que seguramente está arrasando con mis compueblanos), o si moriré la semana que viene (víctima de la hambruna que seguramente es el diario vivir en mi país). Digo, yo tengo mi teoría… ¡aunque la expectativa me está matando!».
«Énigüei», concluyó N’guti, «el punto es que, cuando la prensa internacional termine de discutir dónde podría estar este avión (el cual claramente luego de desplomarse de los aires fue a parar donde va a parar todo lo que cae en el mar y no flota), nosotros los que estamos sufriendo en el mundo seguiremos aquí, en caso de que quieran reportar sobre nosotros en ese entonces. Bueno, quizás yo no esté aquí cuando eso suceda, ¡pero ustedes me entienden!».